Sin duda lo que más capturó mi atención del museo fueron sus patios interiores. Nuevamente éste juego de materiales y texturas crea un ambiente relajante y completamente armónico que nos remite inmediatamente a la tranquilidad característica de la arquitectura japonesa. Al contar con varios patios internos delimitados por muros de cristal altos, los pasillos y salas del museo se llenan de una luminosidad increíble, haciéndolos parecer más amplios y fluídos.
Cada patio, sin embargo, cuenta sólo con algunas sillas minimalistas y ninguna mesa, sustituída por un par de objetos de forma piramidal y delgados (destinados a ser ceniceros) que no rompen con el resto de los elementos. Destacan también las jardineras altas con árboles secos y de ramas delgadas que se convierten en los elementos centrales de cada patio, sin tampoco restarle importancia a los demás componentes.
El zumbido casi inaudible que se crea por los murmullos de los visitantes que transitan al rededor ayuda a mantener esa sensación relajante y pura, en la que el individuo se ve contenido desde el momento en que accesa al patio.
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